El predicador impugnaba vehementemente la
enseñanza del Maestro de que no hay nada que
podamos hacer para alcanzar la Iluminación.
"Pero ¿acaso no eres tú, y no yo", dijo el Maestro,
"quien predica que todo es don de Dios, que todo
cuanto hay de bueno en nosotros se lo debemos
a Su gracia?"
"Sí, pero también predico que Dios pide
nuestra cooperación".
"¡Ah, sí! Como aquel tipo que estaba cortando madera
y le pidió a su hijo que colaborara con él lanzando
resoplidos", dijo el Maestro en tono jocoso.
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