
En cierta ocasión, el Maestro comprobó que
una gran muchedumbre se había congregado
a la puerta del monasterio gritando consignas
alusivas a su persona y portando una pancarta
en la que podía leerse:
Cristo es la respuesta.
Se acercó al individuo de severo aspecto
que sostenía en sus manos la pancarta y le dijo:
"Sí, pero ¿cuál es la pregunta?"
El tipo quedó momentáneamente desconcertado,
pero enseguida se recobró y dijo:
"Cristo no es la respuesta a una pregunta,
sino la respuesta a nuestro problema",
"Entonces, dime: ¿cuál es el problema?"
Más tarde, diría a los discípulos:
"Si Cristo es verdaderamente la respuesta,
entonces lo que Cristo significa
es la comprensión clara y distinta de
quién y cómo está creando el problema".
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